Las responsabilidades de la crisis climática desde la economía y los ecofeminismos

Que el mundo es cada vez un poco más injusto y desigual no es noticia. Tampoco es novedoso que nuestra calidad de vida se encuentra amenazada por la crisis climática. A continuación, analizamos las responsabilidades comunes pero diferenciadas de los países desde una mirada ecofeminista.

La crisis climática se potencia con un modelo social, productivo y económico que la acompaña. Las industrias modernas (mineras, tecnológicas, automovilistas, otras) proponen y llevan adelante formas sistemáticas de destrucción del medio ambiente. En los países en desarrollo, las economías suelen especializarse en una sola producción. Cuando hay monocultivos la economía rural es un mundo con técnicas intensivas y nocivas para el medio ambiente, mientras que en las ciudades la falta de planificación contribuye a asentamientos precarios, agotamiento de fuentes de agua y colapsos del sistema de residuos. La pérdida del patrimonio natural-cultural, la quema indiscriminada a los pastizales y bosques, el empobrecimiento a las comunidades indígenas no son hechos aislados sino que responden a una lógica de mercado fuertemente impulsada por el agronegocio de extranjerización de tierras.

En América Latina, casi la mitad de nuestra superficie son bosques. En los últimos 30 años, en Argentina se perdieron casi 8 millones de hectáreas de bosques y en el continente se deforestaron casi 100 millones. Además, según investigaciones de la NASA, 21 de las 37 reservas de agua dulce más grandes del mundo disminuyen exponencialmente año tras año. Además, en nuestro país el 1% de los productores agrícolas explota el 36% total de las tierras fértiles. Esa explotación viene atada a formas de producir muy dañinas para el medio ambiente y para nuestros pueblos. De esta manera, la decisión respecto a qué producir en esas tierras se concentra en unas pocas manos y el producto por excelencia es la soja. Por eso la Soberanía Alimentaria funciona como una posibilidad real de pensar social-políticamente la producción sobre nuestros suelos y evitar la primarización productiva. Para ello es necesaria la presencia del Estado, gestionando los recursos estratégicos para luego agregar valor agregado.

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Ecologismos y feminismos: potencias que se saludan

En palabras del Informe de Beijing de la ONU: la desigualdad entre hombres y mujeres, “la pobreza y la degradación del medio ambiente están estrechamente vinculadas entre sí”. Ese vínculo se hace más intenso en la medida en la que se analiza la diferencia entre los géneros. En América Latina y el Caribe, la pobreza está “feminizada” y por eso a la hora de abordar la profundización de la crisis climática, es imprescindible trabajar las desigualdades socioeconómicas preexistentes. El deterioro en la calidad de vida producto de las dificultades para acceder a agua potable, el aumento de las enfermedades cardiorespiratorias derivadas de la polución, alimentos cada vez menos nutritivos, entre otros, intensifican las diferencias. Si trabajamos por ejemplo el caso del acceso al agua, podemos identificar que los saneamientos defectuosos o la escasez de fuentes de agua potable genera situaciones propicias para el desarrollo de enfermedades como la vinchuca, diarreas, hepatitis A, entre otros. En este sentido, ya que en América Latina la pobreza está fuertemente feminizada el deterioro en la calidad de vida afecta principalmente a las mujeres, niñas, sexualidades e identidades feminizadas y no heterocisexuada.

¿Los países contaminan por igual? La deuda ecológica de los países desarrollados

Los países desarrollados viven a expensas de los países en desarrollo. Las economías desarrolladas se forjaron en base a siglos de saqueo a nuestras tierras, de colonizaciones a nuestros pueblos y de genocidios indígenas. En términos de contaminación, hoy en día, los países emergentes de América Latina y el Caribe, África y Asia pagamos los platos rotos de Europa y Estados Unidos en tanto, además de contaminar muchísimo menos que los países desarrollados, proporcionamos con nuestras tierras, no solo pulmones verdes para el grueso del mundo, sino también alimentos y materias primas.

La “huella de carbono” es un indicador ambiental que refleja los gases de efecto invernadero que emitimos de manera directa o indirecta las personas y los Estados. Todos los años se libera una cantidad cada vez mayor de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. Las emisiones del dióxido de carbono y otros gases son la primer causa del incremento del efecto invernadero que produce el calentamiento global. Cuando desmenuzamos un poco las estadísticas, podemos notar que los países desarrollados contaminan más que los no desarrollados: la huella de carbono no es la misma para todos. Los principales países emisores de CO2 son China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Alemania, Canadá y Brasil.

¿Qué se esconde atrás de los números? Es cierto que China utiliza más carbón y emite más CO2 que Estados Unidos, pero es importante dimensionar que la población china es desproporcionadamente mayor a la estadounidense (1,3 mil millones versus 328 millones). Si bien la población estadounidense representa menos de la mitad que la china, las emisiones de dióxido de carbono en EE.UU. son más del doble. Algunos indicadores como el consumo eléctrico indican que los estadounidenses triplican el consumo eléctrico a diferencia de la población china.

Ahora hablemos de los países en desarrollo que integran la lista de países más contaminantes: Brasil y la India. En estos casos es importante entender que la contaminación per cápita (esto significa lo que cada persona en promedio contamina) es sustancialmente menor que los países desarrollados. Además, India, según informes de la National Geographic, es uno de los líderes en energía renovable que busca para el 2030 garantizar casi la mitad de su energía a través de fuentes renovables. En el caso de Brasil, la situación no es la misma. En estos años Bolsonaro desarrolló políticas dañinas para el medio ambiente, principalmente la denunciada desfinanciación para el cuidado del Amazonas.

Es importante entender que no todos los Estados tienen la misma responsabilidad en la crisis climática y, por ende, no todos los Estados deberían tener las mismas obligaciones. La deuda ecológica que tienen los países desarrollados con la humanidad y con los países en desarrollo es muy grande.

Incendios en el Amazonas
La salida es urgente, la salida es colectiva

La vida como la conocemos no es sustentable en el mediano y largo plazo. En esencia, los modelos que enfatizan la sustentabilidad de la vida son antagónicos a los modelos de desarrollo económico financieros y capitalistas. El precio de la deforestación, la contaminación de las fuentes de agua dulce y el desplazamiento forzado de cientos de especies animales es la vida misma. La salida no nos corresponde únicamente a les consumidores y ciudadanes, también le corresponde a los Estados y a los privados. Los sistemas de producción deben poder contribuir a producciones ambientalmente responsables. La respuesta no está en el reciclado individual de los hogares, en dos o tres países que cuiden sus bosques nativos. Tampoco es una respuesta a largo plazo e integral que los países desarrollados que, tras años de colonialismo y explotación en tierras ajenas, busquen salvarse a ellos mismos.

La salida es urgente, la salida es colectiva.

 

Foto de portada: Unión de Trabajadores de la Tierra

 

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Lucía Sánchez Barbieri

Escribo sobre economía pero no me preguntes por el dólar. Latinoamericana, lesbiana y militante. Tomando mates y viajando.